Coronavirus:
la pandemia de la desinformación


        Una de las más importantes lecciones que nos va dejando el coronavirus en su corta vida, es la poca preparación que tenemos para enfrentar la crisis de una pandemia de semejante magnitud. Una pandemia cuya gravedad no estriba necesariamente en la mortandad que genera como en la magnitud y rapidez de su contagio y destaca por lo mal manejada que está siendo mediaticamente. Canales de televisión, radios, periódicos y medios digitales de todo el mundo invitan y dan espacio a cuanto inspirado cree que tiene algo que decir al respecto, convirtiéndose en la caja de resonancia de todo tipo de disparates y despropósitos y sembrando un problema mayor: la desinformación

            Sin duda alguna estamos ante una de las más desafiantes pruebas a las que se enfrenta la humanidad pues esta, a diferencia de muchas otras crisis, es una CRISIS DE SALUD PÚBLICA GLOBAL que nos ha sorprendido con la guardia baja, dejándonos sin aire y haciendo evidente que no estamos a la altura del contrincante. Un casi invisible enemigo ha puesto de cabeza el planeta entero afectando no solo la salud pública de millones de personas sino además y por extensión su transporte, educación, banca, trabajo, consumo, comercio, entretenimiento, libre transito y cuanta otra actividad involucre a más de dos.

        Poniendo de lado el tema de salud por un momento, es sobre el tema de la comunicación y su manejo que se hace evidente la poca y, en algunos casos nula, preparación que teníamos para manejar eficientemente semejante una crisis de salud de esta magnitud en medios masivos de comunicación. 

       Convertida en la industria del entretenimiento, con muy pocas y honrosas excepciones, la industria de la información vive del sensacionalismo, la estridencia y la improvisación habiendo olvidado por completo que informar es una responsabilidad que se ejerce filtrando la información sobre la base de haber confirmado su veracidad y la idoneidad y autoridad –entiéndase conocimiento para hablar de–  de quien emite el mensaje. Casi sin excepción los medios corren a reproducir lo que escuchan dando espacio a las más antojadizas interpretaciones y pie a una confusión que lejos de ayudar entorpece los serios esfuerzos de quienes tienen claro qué se debe hacer ante una crisis de salud.

               Más allá de correr a responder y actuar en función de «qué podemos hacer» actitud que justifica hasta ahora todas las barbaridades que oímos, vemos y leemos, debemos concentrarnos en lo «qué debemos hacer». Y esto, para un manejo responsable de la información, consiste en definir las fuentes, identificar los voceros y los mensajes a reproducir dentro de una estrategia de comunicación sujeta a un plan de manejo de la crisis. En términos de comunicación se debe dar cabida sólo a aquellos que gozan de la autoridad para manejar responsablemente el espacio que como medios les otorguemos. Instituciones como la OMS a nivel mundial, OPS y otras a nivel regional y voceros de los respectivos ministerios de salud deben ser los únicos llamados a informar sobre los avances de la enfermedad, las medidas a tomar y las recomendaciones a seguir para controlar el contagio, conseguir su erradicación y asegurar que dentro de 18 meses esto no vuelva a empezar. 

          Urge terminar con esta fiesta de opinólogos que se contradicen, políticos que sin ninguna autoridad sabotean esfuerzos técnicamente correctos y “especialistas” que desde la economía, el deporte o el corte y confección se sienten con derecho a decirnos qué debemos hacer, contribuyendo con sus intervenciones a esta otra pandemia que es la desinformación. 


         Que nos afectará, directa o indirectamente no cabe la menor duda, ya nos está afectando. Más allá del giro de nuestra actividad como individuos o grupos humanos, estamos ante una crisis de salud pública y es en el campo de la salud pública donde primero debemos dar y ganar la batalla, sabiendo de ante mano que todos, sin excepción, tenderemos que pagar una parte de la factura. De que libremos bien esta primera batalla dependerá que quedemos mejor parados para afrontar las inevitables segundas, terceras y vaya usted a saber cuántas otras que vendrán como consecuencia de una lección de la que nos conviene salir habiendo aprendido.